somos una fundación sin animo de lucro que trabaja en contra del maltrato en mujeres, con niños, personas mayores,el colectivo lgtbi y personas que conviven con el VIH/SIDA
TU COMO PADRE TAMBIEN PUEDE HACER MUCHO, NO DEJES QUE EL PROBLEMA LLEGUE A MAYORES, PENSANDO EN QUE ES ALGO NORMAL EN LA EPOCA ESCOLAR Y DE DESAROLLO. EN LA ACTUALIDAD Y DE ACUERDO A LA PERSONERIA MUNICIPAL, ESTE SE HA CONVERTIDO EN UN PROBLEMA EN CRECIMIENTO, Y EN GENERAL CON GRAVES RESULTADOS. ASI QUE TOMA CARTAS EN EL ASUNTO .
Un estudio de la Universidad de Texas trata de desentrañar el porqué de la alianza entre la mujer hetero y el hombre gay
Will y Grace, Kurt y Rachel en Glee, Carrie y Stanford en Sexo en Nueva York, Hannah y Elijah en Girls.
La alianza chica hetero-chico gay es ubicua en la ficción y fuera de
ella. Por lo menos desde mediados de los noventa, cuando se volvió
cliché y la figura del "amigo gay" sustituyó a la de la "amiga cachonda"
y a su variante, "la amiga fea" en el diccionario de la comedia
romántica. ¿Qué sería Kit de Luca, la amiga de Julia Roberts en Pretty Woman si se hubiese rodado cinco años más tarde? Posiblemente un instructor de yoga bien camp.
Esas alianzas están basadas en la habilidad de esas dos figuras para intercambiar consejos fiables. No lo dice la tele, lo dice la ciencia. O por lo menos un estudio reciente
de la Universidad de Texas, que se acaba de publicar en la revista
Evolutionary Psychology y que lleva un título la mar de pop: Friends with benefits but without the sex. (Amigos con derecho a roce pero sin el sexo).
El profesor Eric Russell, que lidera el estudio, llevó a cabo tres
experimentos que prueban su tesis. Se reclutó a 88 mujeres
heterosexuales y 58 hombres homosexuales, a los que se les dijo que el
objetivo del estudio era analizar cómo los perfiles online influyen en
las amistades. A todos ellos se les mostró el mismo perfil de Facebook
de una persona ficticia llamada "Jordan", un nombre neutro, como Taylor,
que en Estados Unidos llevan tanto hombres como mujeres. Por grupos, a
las chicas se les dijo que "Jordan" era o bien una mujer hetero, un
hombre hetero o un hombre gay. A los homosexuales del estudio también
les presentaron a Jordan alernativamente como hombre gay, mujer lesbiana
o mujer hetero.
A continuación, se dijo a los participantes que imaginasen que estaban
en una fiesta, por ejemplo, y el/la tal Jordan les ofrecía consejos
románticos, por ejemplo: "¿le gusto a ese chico de ahí? –Llegados a este
punto, inscribimos al profesor Russell en la misma escuela
investigadora que a la psicóloga Tara C. Marshall,
autora de los estudios que determinan que "no conviene echar a tu ex
del Facebook" y que "no es cierto que los hombres sean de Marte y las
mujeres de Venus"–. El caso es que los participantes debían graduar
hasta qué punto se fiaban de la opinión de "Jordan". El resultado fue
abrumador: las mujeres consideraban más fiables los posibles consejos de los Jordan gays que de las mujeres heterosexuales y mucho más sólidos que el de los hombres heterosexuales. Y, de la misma manera, los gays tomarían como aliada a una mujer hetero, antes que a una lesbiana o a un hombre heterosexual.
Las participantes en el estudio temían que las opiniones de las otras mujeres hetero no fueran sinceras, que estuvieran tamizadas por su posible interés
en el chico de la fiesta, y que los hombres pudieran ahuyentar al
hipotetico chico por su propio interés en ellas, al considerarlo un rival sexual. Según el estudio, "la
cercanía emocional que disfrutan las mujeres heterosexuales y los
hombres gays puede tener su raíz en la ausencia de motivaciones
engañosas que frecuentemente dañan sus relaciones con otros individuos".
Esta teoría de los "trenes que no chocan", en principio sugeriría que puede
existir la misma cercanía entre hombres gays y heterosexuales, pero,
según el estudio, "la falta de atracción por el mismo sexo puede reducir
la utilidad del consejo".
Al profesor Russell le queda abierto todo un campo para futuras
investigaciones: ¿qué pasa cuando la chica y el Jordan gay intercambian
miradas en una fiesta con un chico bisexual?
Italia: dos casos de homofobia escolar respondida valientemente por sus víctimas
Un chico gay se ha negado a dejarse amedrentar después de que apareciera una pintada homófoba en la fachada de su instituto de Roma pidiendo su dimisión como representante estudiantil. Y en Módena una estudiante lesbiana se ha enfrentado a una profesora que calificó la homosexualidad de “enfermedad”
durante un debate sobre la homofobia. Dos casos que vuelven a poner
de actualidad el debate social sobre el acoso escolar homófobo abierto
en Italia por la trágica muerte del
adolescente Andrea S., que se ahorcó en su casa en noviembre de 2012.
Un elemento sin duda esperanzador es el hecho que esta vez las víctimas
han plantado cara a la discriminación.
¡Maricón dimite! fue la pintada, ya eliminada, que unos desconocidos dejaron en uno de los muros exteriores del Instituto Tácito, en el Barrio Trionfale de Roma. La
frase se acompañaba de una cruz céltica, símbolo habitualmente
utilizado por los neonazis. El objetivo era un chico homosexual de 15
años que en las últimas elecciones estudiantiles fue elegido
representante con el voto de 315 de los 400 alumnos que participaron en
la votación. Como cabía esperar, este intento de intimidación ha
desatado indignación y condenas en la capital italiana. Sus compañeros
de instituto le han expresado su solidaridad. También lo ha hecho el
alcalde de la capital, Gianni Alemanno, que ha calificado la pintada de “acto cobarde” y varios grupos de defensa de los derechos humanos y LGTB.
Pero el elemento quizá más interesante ha sido la reacción de
Giovanni (como lo han bautizado los medios italianos, ya que su
verdadera identidad no ha sido revelada), que se ha negado a dejarse
amedrentar, ha pedido a los medios que no le presenten como “víctima” y ha agradecido las muestras de solidaridad recibidas. En una entrevista concedida a Il Messaggero, el
chaval ha asegurado no tener miedo, ha denunciado la ignorancia que se
tiene acerca de la homosexualidad en Italia y ha alertado del
crecimiento de las acciones de la extrema derecha en la capital italiana
(en línea, por cierto, con las recientes declaraciones del
político gay Nichi Vendola). El joven también ha subrayado la
importancia de denunciar los casos de homofobia. Sin duda
Giovanni demuestra ser muy maduro, pese a sus 15 años. Cabe mencionar algo que fue destacado por
el propio Giovanni en una de sus declaraciones: este episodio es
idéntico al ocurrido en noviembre en la isla de Isquia, en el
archipiélago napolitano, cuando en los muros exteriores del Instituto
Ischia apareció una pintada con la frase ¡No votéis por el maricón! El objetivo fue entonces otro chico de 17 años que había presentado su candidatura a representante de los alumnos.
Chica lesbiana se enfrenta a una profesora homófoba
Una estudiante lesbiana del Instituto Carlo Sidonio de Módena, en
Emilia Romaña, se ha enfrentado públicamente a una profesora homófoba
que calificó la homosexualidad de “enfermedad”. El incidente se
produjo con ocasión de un encuentro organizado por el centro en
colaboración con el colectivo LGTB Arcigay, durante el cual los
estudiantes asistieron a la proyección de la película Viola di mare(que
dirigida por Donatella Maiorca cuenta una historia de amor entre dos
chicas en la Sicilia del siglo XIX) y luego participaron en un debate
sobre la homofobia. Durante el debate una de las profesoras tomó la
palabra para afirmar que la homosexualidad es un ”drama y un trastorno psicológico”.
La mujer restó importancia al hecho de que la Organización Mundial de
la Salud (OMS) despatologizara hace años la homosexualidad, ya que en su
opinión la OMS podría haberse equivocado como ya pasó “en el caso de la gripe aviar”. No se trata del primer incidente homófobo protagonizado por un
profesor en Italia en las últimas semanas. En una reciente entrada contamos el caso de un profesor de Religión de Venecia que escribió un texto homófobo en el que aseguraba que la homosexualidad puede ser “curada”.
El aspecto más interesante de lo ocurrido en Módena, sin embargo,
fue la reacción de los estudiantes, indignados ante las afirmaciones de
la profesora. Una de las chicas (cuya identidad no ha sido revelada) se
puso en pie e hizo una valiente referencia a su propio caso. “Utilizando
la palabra enfermedad usted ofende a todas las personas homosexuales
aquí presentes que, como yo, han necesitado años para aceptar y entender
su condición”, le contestó, entre los aplausos de sus compañeros.
La homofobia es una enfermedad psico-social que se
define por tener odio a los homosexuales. La homofobia pertenece al
mismo grupo que otras enfermedades parecidas, como el racismo, la
xenofobia o el machismo. Este grupo de enfermedades se conoce con el
nombre genérico de fascismo, y se fundamenta en el odio al otro,
entendido éste como una entidad ajena y peligrosa, con valores
particulares y extraños, amenzadores para la sociedad, y -lo que es
peor- contagiosos.
La homofobia, como las demás variantes del fascismo,
prepara siempre las condiciones del exterminio. Pasiva o activamente
crea y consolida un marco de referencias agresivo contra los gais y las
lesbianas, identificándoles como personas peligrosas, viciosas,
ridículas, anormales, y enfermas, marcándoles con un estigma específico
que es el cimiento para las acciones de violencia política (desigualdad
legal), social (exclusión y escarnio públicos) o física (ataques y
asesinatos).
Mientras que a lo largo del siglo XX los movimientos
por la igualdad han conseguido importantes avances en los derechos de
otros colectivos estigmatizados o excluidos, como las minorías raciales o
las mujeres, la homofobia sigue perviviendo en la sociedad impunemente,
sin que haya una conciencia colectiva de su peligro. Muestra de esta
situación es que, por ejemplo, todavía en muchos países las relaciones
homosexuales están penalizadas, se escuchan chistes de mariquitas en los
medios de comunicación, lesbianas y gais son agredidos por bandas de
neonazis, se hacen redadas policiales en los locales de ambiente gais, y
sus derechos no están equiparados a los de las personas heterosexuales.
Todo el mundo recuerda que los nazis exterminaron a varios millones de
judíos; nadie recuerda que también exterminaron a cientos de miles de
homosexuales, y que tras la derrota nazi muchos de ellos siguieron en
prisión porque en Alemania (antes y después de la 2ª Guerra Mundial) la
homosexualidad era delito. A nadie se le ocurre hoy hacer un chiste
antisemita en la radio o en la televisión; en cambio, todas las semanas
escuchamos chistes homófobos en estos medios. ¿Por qué?
Porque aún no hay instrumentos suficientes para que
la homofobia sea nombrada, pensada, combatida con rotundidad. 1997 fue
el Año Europeo contra el racismo y la xenofobia, hubo cientos de actos
para concienciar a la sociedad contra estas variantes del fascismo; no
se celebró ningún acto contra la homofobia. La Real Academia se ha
negado a incluir el término "homofobia" en el diccionario, tras
solicitarlo varias veces distintos colectivos gais y antirracistas.
La homofobia tiene una larga tradición en la historia
de la humanidad, no tiene un origen único, ni una cabeza visible, ni un
objetivo, ni una razón histórica, está enraizada en diferentes
culturas, épocas, clases sociales, instituciones. ¿Cómo combatirla? He
aquí algunos frentes:
- Desde la infancia: los niños aprenden de lo que ven
y oyen. En un hogar donde los padres (o uno de ellos) son homófobos,
donde se escuchan comentarios o insultos contra los homosexuales, se
está fomentando la futura homofobia de los niños. Esto tiene dos graves
consecuencias para ellos: si el niño/niña tiene deseos homosexuales, se
verá traumatizado por ese ambiente hostil y será incapaz de poder asumir
con naturalidad su deseo; además -independientemente de su opción
sexual- estaremos criando a un futuro homófobo, y reproduciendo por
tanto un sistema fascista. Los padres deben tomar consciencia de esta
situación.
- Desde la escuela: la escuela es un lugar
fundamental de socialización y adquisición de valores; es imprescindible
introducir en las escuelas programas educativos tolerantes con las
diferemtes opciones sexuales y críticos contra la homofobia, y que los
docentes se comprometan en esa misma crítica.
- Desde el lenguaje: el lenguaje cotidiano está lleno
de expresiones homófobas, que traducen y legitiman ese estado de odio y
agresión: maricón, dar por el culo, bollera, tortillera, ir a tomar por
el culo, bujarrón, sarasa, moña... la riqueza del castellano en este
ámbito es casi ilimitada, fiel reflejo de nuestra igualmente rica
tradición homófoba. Hay que denunciar ese lenguaje, desenmascarando su
violencia interna, e incluir el término "homofobia" en el diccionario.
- Desde las instituciones: el Estado, el Ejército y
la Iglesia son tres instituciones tradicionalmente homófobas. El Estado
aprueba el matrimonio entre parejas de distinto sexo, concediendo unos
derechos legítimos a estos ciudadanos, y margina por razones de
orientación sexual a otras personas, lo cual es inconstitucional. El
Ejército persigue activamente a las personas homosexuales cuando están
bajo su jurisdicción, e inculca valores homófobos y machistas. La
Iglesia Católica, fiel a su histórica tradición de promotora de
exterminios, sigue atacando las relaciones homosexuales con
declaraciones agresivas, y promoviendo el odio hacia las personas
homosexuales. Lo mismo ocurre con la mayoría de las demás religiones del
mundo. Por tanto, hay que exigir a estas instituciones que abandonen
sus posiciones homófobas y que colaboren a erradicar la persecución
contra gais y lesbianas.
- Desde los movimientos sociales y políticos: los
grupos de crítica social, tradicionalmente identificados con el nombre
genérico de izquierda (socialismo, comunismo, anarquismo, etc), siempre
han dejado de lado el problema de la homofobia, cuando no han
participado activamente en ella (Castro, Stalin). Las ONGs antirracistas
tampoco han tomado conciencia hasta hace poco de la necesidad de
incluir el trabajo contra la homofobia como uno de sus objetivos. Los
grupos políticos conservadores siempre han estado a favor de la
homofobia (Reagan, Tatcher), financiando a grupos parafascistas
homófobos, o rechazando iniciativas legales de igualdad (Felipe
González, Aznar).
- Desde el mundo académico-científico: el discurso
médico tomó el relevo en el siglo XIX a la religión en la tarea de
estigmatizar y reprimir ciertas opciones sexuales: de ahí nace a finales
del XIX la categoría de homosexualidad como enfermedad, una de las
raíces de la homofobia del siglo XX. Los discursos médicos,
psiquiátricos, sociológicos, y de la ciencia en general deben abandonar
sus estrategias de segregación y dejar de señalar la homosexualidad como
algo específico, desviado, anormal o enfermizo.
- Desde los medios de comunicación: la radio, la
prensa, la televisión, transmiten continuamente imágenes y contenidos
homófobos. Por ejemplo, cuando hay un asesinato, si el asesino es gai,
se incluye este dato como relevante en el titular, si es heterosexual se
omite. Esa manera de dar una noticia es abiertamente homófoba, y
manipuladora. La radio y la televisión emiten chistes que hacen escarnio
y burla de lesbianas y gais, e introducen imágenes pintorescas para
ridiculizar a los homosexuales. Los profesionales de estos medios deben
comprometerse para abandonar ese tipo de prácticas homofóbicas.
- Desde los propios homosexales: gais y lesbianas
tenemos la responsabilidad de luchar contra la homofobia,
organizándonos, manifestándonos, saliendo del armario, perdiendo el
miedo, reivindicando nuestros derechos, denunciando las agresiones,
haciéndonos visibles para atacar a los homófobos, para que el resto de
la sociedad sepa que existimos y entienda que la lucha contra el
fascismo es una lucha de todos.
"Se llevaron a los gais, pero como yo no lo era, no me importó.
Ahora se me llevan a mí, pero ya es tarde"
Este es el verso que Brecht olvidó incluir en su poema.
Es una escena relativamente común en ciertas ciudades. Los
predicadores campan a sus anchas lanzando su mensaje, sea el que sea. Y
si es un mensaje homófobo, pues también. Es lo que hizo hace unos días
un predicador en el metro de Nueva York.
Normalmente, o al menos yo nunca he visto lo contrario, la gente
escucha (o hace que escucha), el predicador se desahoga, lanza su
mensaje y se va. Pero eso no es lo que pasó en Nueva York, porque un gay
que estaba en el mismo vagón, no puedo permanecer callado mientras el
hombre se quejaba públicamente de que la sociedad se equivoca al inculcar a los menores el respeto a los homosexuales.
Y entonces el homosexual allí presente saltó, gritándole: “Eres
un falso profeta. No escuchen a este hombre. Está asustado. Está lleno
de odio. Soy un hombre. Soy un hombre bueno. Y soy gay y Jesús me ama.
¡Jesús me ama!”. Lo mejor de todo es la respuesta de los pasajeros: un sonoro aplaus. El predicador se quedó más sólo que la una…
No recuerdo la primera vez que me lo echaron en cara, que me tildaron de
serlo. Tampoco recuerdo quién lo hizo y la verdad es que a estas
alturas del poema, tampoco importa. Lo he oído tantas veces, en tantos
tonos, que llega un momento en que ya no te hace daño o te convences de
que no te hace daño y que no oyes.
“Maricón es un adjetivo y sustantivo habitualmente de carácter
peyorativo, originalmente aumentativo de Marica (a su vez diminutivo de
María). Marica se usa como insulto grosero con los significados de
hombre homosexual; hombre afeminado (que no significa homosexual, son
términos relacionados pero no iguales), además de hombre de poco ánimo y
esfuerzo.
En España el uso de ciertos términos con carácter peyorativo
pueden dejan de tener ese carácter según el contexto en el que se use.
Es el caso de su uso en el lenguaje coloquial entre personas con gran
confianza entre ellas en el que esos términos pueden ser un halago
referido a la habilidad o astucia con que se ha realizado algo, un
ejemplo son las frases: “que maricón eres/es”, “que cabrón eres/es” o
“que hijo de puta eres/es”
Como insulto, “maricón” no significa solamente gay (hombre
homosexual), sino persona con carácter afeminado (que en su persona,
modo de hablar, acciones o adornos se parece a las mujeres). Se suele
utilizar como reprimenda “qué maricón eres”. También se usa con el
significado de hombre mal intencionado o cobarde.
Ese sentido peyorativo de la expresión ha pasado incluso al
lenguaje académico. Así, el Diccionario de la Real Academia Española
define hasta la fecha (la edición vigésimosegunda, de 2001) la voz
“maricón” de manera homofóbica: como sinónimo de ‘sodomita’ (definido
como, ‘quien comete sodomía’). De esta manera, el diccionario da a
entender que las relaciones sexuales entre varones homosexuales
necesariamente se reducen al sexo anal, y éste es concebido como un
pecado o un delito que se «comete».
Este insulto español no tiene implicaciones de tortura o muerte, a
diferencia de sus equivalentes en inglés (faggot: ‘leña’ de una hoguera
inquisitorial); o italiano (finocchio, ‘hinojo’, porque se cubría a
los homosexuales con estas frescas hojas para que el suplicio de hoguera
durara más tiempo. Es históricamente falsa la derivación ‘hombre que
cae de hinojos’ (para realizar una felación), que no proviene de hinojo
sino de ginocchio, ‘rodilla’).”
Ahí lo tiene usted.
Ahora, después de este breviario cultural, dígame: ¿ha usado este
término en su lexicón alguna vez? ¿Se ha percatado de que lo hizo? ¿Por
qué?
Personalmente (y si usted conoce esta columna sabe que todo lo que en
ella se escribe es un ejercicio estrictamente personal) no recuerdo la
primera vez que me lo echaron en cara, que me tildaron de serlo.
Tampoco recuerdo quién lo hizo (¿otro niño? ¿Un adulto? ¿Alguien de
mi familia? ¿Mi Papá? Es muy probable que sí) y la verdad es que a estas
alturas del poema, tampoco importa. Lo he oído tantas veces, en tantos
tonos, que llega un momento en que ya no te hace daño o te convences de
que no te hace daño – ustedes conocen bien el refrán anglosajón:
“Piedras y palos romperán mis huesos, pero las palabras nunca me herirán
– y que no oyes.
A lo largo de estos (casi) cuarenta años – sí, quién lo diría, yo que
pensé que no llegaba a los diecisiete — lo he oído tantas veces, como
señalaba, que es algo habitual. Lo he oído incluso de boca de otros
homosexuales (principalmente a mis espaldas, incluso dicho por algunos
que se ostentan “mis amigos”, inocentes inventadas que todo se lo
creen); sin embargo no deja de sorprenderme la facilidad con que se
suelta en estos tiempos todavía, con el afán de humillar y que aún tenga
el poder para hacerlo.
Maricón es una palabra que no debería de herir, y que el homófobo ha
esgrimido por años como arma. El intentar recuperarla para hacerla de
uso común no es una mala idea (en absoluto, soy de los que aboga para
desatanizar la palabra “Puta”), si bien algunos de los ejemplos que he
encontrado personalmente me parecen algo frívolos o extrapolados y en
vez de combatir el estereotipo, involuntariamente lo refuerzan. Es como
ver o escuchar a una mujer referirse a otra como “zorra” — personalmente
no le encuentro sentido a eso, como no se lo encuentro a que dos
hombres de la misma orientación sexual se refieran a sí mismos como
“maricones”. Es decir, sí, ¿pero para qué?
Ignorar la palabra no hará que se vaya. Pero despojarla de su
carácter de insulto, sí puede servir de algo. Que signifique cualquier
cosa y no se pegue. Supongo que no debería ser tan difícil, aunque cada
quien interpreta lo que oye, como quiere y quitarle el poder
discriminatorio a lo que es una simple palabra, también depende de cada
uno.
Hace unos diez años, mi padre, por alguna razón que ahora no
recuerdo, montó en cólera (cuando pasamos mucho tiempo juntos, nuestras
diferencias evidentes en carácter hacen que salten chispas y, finalmente
producto de su época – los años 50 – cuando pierde la paciencia,
estalla y suele arrojar por la boca lo más hiriente que se le ocurre,
curioso detalle, que yo he heredado en cierta manera) y me dijo “eres un
maricón” a manera de colofón a su descontento conmigo.
“Papá,” le dije, haciendo acopio de toda la paciencia que pude
encontrar “no soy un maricón. Soy una inmensa cantidad de cosas, pero
maricón no es una de ellas.”
Que le respondiera de ese modo y con absoluta frialdad, sirvió. Nunca
más ha vuelto a decirlo, aún cuando ha llegado a perder la paciencia
(como cualquiera) otras veces. Esa es la actitud que yo tengo al
respecto. Quizá no sea la más adecuada, pero es lo que hay. Así
sobreviví al acoso (né Bullying) de otros niños en mi escuela y de mis primos. Nunca metí las manos, no sé cómo, pero con la lengua y sin perder los papeles.
Maricón es solo una palabra. Y en todo caso, a mí sólo me pueden llamar así mis amigos, mirándome a los ojos.
Quien es mi detractor (sería pretencioso de mi parte decir
“enemigos”) me tiene que decir Señor Cane y hablarme de usted, mirando
fijo al suelo.
Recuperemos palabras y combatamos la discriminación al quitarles el sentido. Esa es una batalla que sí podemos ganar.